Agustín Monasterio
Miembro activoImaginate que existe una orquesta que prioriza su estética visual antes que la estética sonora.
Llega el día de la presentación y nadie duda de lo linda y simétrica que se ve la disposición de los músicos sobre el escenario: violines, violas, violonchelos, flautines, flautas, clarinetes, oboes, trompetas, trombones, tubas, timbales, platillos, triángulos, pianos y más, todos igualmente representados. Los asistentes están gratamente sorprendidos, hasta que el director de la orquesta da la señal para iniciar la pieza y entonces se revela el desastre. Resulta que el director puso todo su empeño en organizar de la forma visual de su orquesta y se olvidó de ensayar la pieza, si lo hubiera hecho, se hubiera dado cuenta de que la mayoría de los instrumentos presentes ni siquiera eran necesarios para esta.
En las últimas décadas, la implementación de cupos de género y minorías ha sido promovida como una herramienta para alcanzar una representación equitativa en pos de una justicia histórica victimista, priorizando la corrección política antes que la eficiencia de las instituciones. Detrás de su aparente nobleza, estas políticas no solo fallan en atacar las raíces de la desigualdad, sino que desembocan en un nuevo problema: la discriminación inversa.
Quienes defienden esta medida argumentan que estas medidas compensan siglos de exclusión y marginalización. Sin embargo, este enfoque simplifica un problema complejo al reducirlo a categorías colectivas como género o etnia, ignorando las capacidades del individuo y profundizando grietas sociales y estereotipos que imposibilitan una verdadera inclusión.
Los cupos dividen a la sociedad en categorías artificiales, polarizando nuestra sociedad y convirtiendo a sectores específicos en blanco fácil de quienes intentan narrativas políticas baratas que solo generan confrontación.
¿Creés que los cupos son medidas reales de inclusión o meros simbolismos?
¿Qué alternativas propondrías a la política de cupos? ¿Podrían ser eficaces estas políticas?