Gabriel Monasterio
Miembro Activo
El domingo pasado el país entero quedó sorprendido por los resultados electorales, que posicionaron a Rodrigo Paz como ganador de la primera vuelta. La sorpresa fue mayor porque las encuestas lo ubicaban en un lejano quinto puesto, con porcentajes ínfimos en comparación con el 17 de agosto. Si bien el ciclo masista llegó a su fin —y eso debería generar cierta alegría—, el resultado nos deja un sabor agridulce y una situación que todavía cuesta procesar. Surge la pregunta inevitable: ¿qué pasó?
Lo que ocurrió fue que los dos candidatos tradicionales de la oposición, Tuto Quiroga y Samuel Doria Medina, volvieron a cometer el mismo error de siempre: olvidarse de los sectores populares, aquellos que al final son los más determinantes para llegar al Palacio de Gobierno.
Durante la campaña, tanto Tuto como Samuel concentraron sus esfuerzos en un público objetivo bastante previsible: las clases medias urbanas y el electorado de los departamentos de la llamada media luna, históricamente opositores al MAS. Este es un voto relativamente fácil de consolidar, porque en elecciones anteriores ya se había inclinado hacia estas opciones políticas. Sin embargo, mientras ellos insistían en reforzar esa base, el binomio Paz–Lara apostó por conquistar los espacios donde la oposición tradicional nunca quiso “ensuciarse las manos”: las zonas alejadas del altiplano, los mercados, las comunidades rurales y los barrios populares urbanos. Fue allí donde lograron dar el golpe que terminó por patear el tablero electoral.
Está claro que asistir a eventos de corte empresarial y dialogar con el sector productivo institucionalizado es importante y hasta necesario, pero las urnas demuestran que lo popular sigue siendo el factor decisivo a la hora de elegir presidente.
Las clases populares, además, suelen mostrarse reacias frente a candidatos que se mueven únicamente en entornos empresariales o de clase media alta. No encuentran en ellos seguridad ni un cambio verdadero, sino la amenaza de un retorno al pasado de “exclusión”. Ven en esos candidatos a los rosqueros, los k’aras, la élite que durante décadas los dejó fuera de la toma de decisiones.
Es cierto que Rodrigo Paz también podría haber encajado en esa categoría, pero supo equilibrar su figura con la de su compañero de fórmula, el “capitán” Lara, con quien esos sectores sí lograron identificarse. En cambio, Tuto apostó por JP Velasco, un joven empresario de clase media alta que difícilmente conecta con alguien que vive en la Ceja de El Alto o en el Plan 3000 de Santa Cruz. Lo mismo ocurrió con José Luis Lupo, cuya candidatura tampoco generó identificación en esos sectores.
La lectura es clara: la verdadera oposición —y aquí queda demostrado que el binomio Paz–Lara es más bien una continuación maquillada del modelo masista que hundió al país— necesita aprender a mirar más allá de sus burbujas. Tiene que comprender al electorado popular y conformar binomios que generen identificación, pero con coherencia ideológica. No basta con discursos ni con conferencias en hoteles de cinco estrellas: hay que salir, caminar, recorrer, “ensuciarse” un poco las manos y conectar de verdad con esos sectores que históricamente han antagonizado con la derecha o con el liberalismo.
La experiencia muestra que hacer campaña solo en Equipetrol (Santa Cruz), en Calacoto (La Paz) o en la zona norte de Cochabamba nunca será suficiente para conquistar a ese electorado decisivo.
La gran pregunta ahora es:
¿Cuál debería ser el camino de la oposición para conquistar a esos sectores?
Más concretamente: ¿qué tendría que hacer Tuto Quiroga para ganar una parte del voto popular y romper el círculo vicioso de más de lo mismo?
Gabriel Monasterios
Miembro activo