Lucia Suarez
Miembro activoLas elecciones se acercan, los discursos se diluyen y las ideologías se desvanecen. ¿Es esto una amenaza para la democracia o una adaptación inevitable al siglo XXI?
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman acuñó el término “política líquida” para describir un modelo caracterizado por la falta de ideologías firmes, la flexibilidad extrema de valores y la fragilidad de las estructuras partidarias. En esta lógica, todo fluye y cambia con rapidez, y las convicciones parecen haber sido reemplazadas por emociones pasajeras. Para Bauman, esta liquidez refleja el mundo moderno: volátil, individualista y dominado por lo inmediato.
Es importante no caer en la nostalgia de una política que ya no responde a las nuevas dinámicas sociales. La política líquida puede representar una buena oportunidad en el siglo XXI, justamente porque se adapta, fluye y evoluciona con las transformaciones culturales.
Las redes sociales, por ejemplo, si bien contribuyen a la personalización del mensaje, también han permitido que los candidatos lleguen a sectores marginados, como jóvenes, comunidades rurales o personas no politizadas. Además, ofrecen un canal directo entre líderes y ciudadanos, rompiendo barreras jerárquicas y facilitando una comunicación más horizontal.
Este entorno ha permitido que los jóvenes se integren en la vida política, no solo como votantes, sino como creadores de contenido, de opinión, de movimientos. La participación digital ya no puede subestimarse: es real, potente y está cambiando las reglas del juego.
Otro punto positivo es la flexibilidad ideológica que caracteriza a la política líquida. Si se la orienta con responsabilidad, esta apertura favorece consensos más amplios y respuestas más ágiles a los problemas sociales, dejando de lado las viejas trincheras partidarias que muchas veces bloqueaban soluciones por puro dogmatismo.
En lugar de partidos cerrados con verdades absolutas, la política líquida puede abrir paso a plataformas inclusivas y pragmáticas, centradas en las necesidades del pueblo por encima de la fidelidad ideológica.
Sin embargo, cual es el problema?
En Bolivia, esta dinámica se ha vuelto especialmente visible. Basta observar a los candidatos presidenciales, que en su mayoría hacen contradicción con sus posiciones políticas. Este desfase entre discurso e ideología puede parecer oportunismo, pero no siempre es responsabilidad exclusiva de los líderes. También nosotros, como ciudadanía, jugamos un rol fundamental en este fenómeno.
Vivimos tiempos en los que la cultura política se ha debilitado. Existe carencia de formación cívica, y en su mayoría la política se consume como entretenimiento. En este contexto dominado por las redes sociales, los jóvenes han comenzado a digitalizar la política, transformándola en una experiencia rápida, emocional y superficial.
Esto ha impulsado la hiperpersonalización: se ha quitado importancia a los partidos y a las ideas colectivas, y se ha priorizado la figura del candidato como persona. Así, los partidos políticos pierden identidad ideológica y conexión con sus bases sociales, lo que puede derivar en un progresivo debilitamiento de la democracia. En lugar de programas sólidos o proyectos de país, lo que domina son las emociones instantáneas, los slogans vacíos, los TikToks virales.
En este panorama, la ciudadanía ha comenzado a buscar caudillos en lugar de tecnócratas, y la democracia corre el riesgo de convertirse en una simple moda
Los partidos políticos han perdido fuerza como espacios ideológicos y de identificación ciudadana. La mayoría se ha vuelto inestable, sin propuestas claras ni estructuras sólidas, lo que ha generado un vacío de representación y una desconexión con la sociedad. Este debilitamiento ha afectado sobre todo a los sectores opositores, que se presentan fragmentados y sin una visión política definida.
¿La política líquida debilita las ideologías firmes y las decisiones claras sobre cómo gobernar un país?
¿Los candidatos realmente practican la política líquida o solo la usan como estrategia para ganar votos sin definir propuestas concretas?
¿La política líquida puede servir para construir un proyecto de país, o surge precisamente porque no hay uno definido?