Mauricio Caussin
Miembro Activo
En El Salvador, la Asamblea Legislativa aprobó recientemente una reforma constitucional que permite la reelección presidencial indefinida, extiende el mandato de cinco a seis años y elimina la segunda vuelta electoral. En teoría, se argumenta que esta medida otorga “poder total al pueblo”, permitiendo que los ciudadanos decidan de manera continua si quieren mantener al mismo presidente en el cargo.
Sin embargo, la realidad es mucho más compleja. En la práctica, este tipo de reformas han sido señaladas a nivel internacional como un retroceso democrático. La posibilidad de que un presidente se perpetúe en el poder suele abrir la puerta a abusos, concentración de poder y debilitamiento de las instituciones independientes, que son justamente las que garantizan el equilibrio en un sistema democrático.
¿Por qué ocurrió esto?
La popularidad del actual presidente, Nayib Bukele, ha sido clave para impulsar esta reforma. Su gestión en materia de seguridad le ha dado un respaldo ciudadano sólido, lo que su partido Nuevas Ideas tradujo en mayoría legislativa suficiente para modificar la Constitución, deteniendo ⅔ de esta asamblea. Sin embargo, la oposición y organismos de derechos humanos señalan que no existe un verdadero debate social ni institucional: la mayoría parlamentaria permite aprobar leyes sin contrapesos.
En muchos países de la región, los límites a la reelección se establecieron justamente para evitar la concentración del poder en una sola figura política. Eliminar esos límites plantea la pregunta: ¿hasta qué punto el respaldo popular justifica cambiar las reglas del juego democrático?
¿Cómo se defiende Bukele y su partido?
Bukele ha repetido en varios discursos que la seguridad no se negocia. Para él, ser blando con el crimen es condenar a la gente común a vivir con miedo en las calles. “Prefiero que me llamen dictador antes que seguir viendo salvadoreños asesinados”, ha dicho en más de una ocasión. En su narrativa, la única forma de garantizar que la violencia no regrese es mantener la presión constante, sin aflojar, porque cualquier retroceso podría significar el regreso de las pandillas.
Además, el presidente sostiene que necesita concentrar poder en los tres frentes (ejecutivo, legislativo y judicial) para mantener limpio el sistema. Alega que, si no se controla todo, la corrupción puede volver a expandirse y frenar los avances logrados en seguridad. Bajo esa lógica, recortar su poder no sería un acto democrático, sino un riesgo que puede devolver a El Salvador a los tiempos más oscuros.
Aquí nace la discusión. Algunos sectores defienden que la continuidad de un líder fuerte garantiza estabilidad política y continuidad en los proyectos nacionales. Al final, se apela a que es una decisión ‘’democrática’’ y que el pueblo tiene el poder de elegir su propio destino. Otros consideran que el riesgo de autoritarismo y la erosión de la democracia es demasiado alto, y que no se necesita de un único político para conseguir más resultados positivos.
Voluntad popular: Permite que los ciudadanos decidan libremente si quieren que un presidente continúe.
Estabilidad política: Un mismo liderazgo puede dar continuidad a proyectos de largo plazo.
Popularidad y resultados: Si la gestión es aprobada por la mayoría, la reelección se percibe como legítima.
Ahorro electoral: Se eliminan segundas vueltas y se simplifican procesos.
Riesgo de autoritarismo: Concentrar el poder en una persona debilita la democracia.
Desgaste institucional: Se reducen los contrapesos de otros poderes del Estado.
Erosión de la democracia: Las reglas dejan de proteger la alternancia y la pluralidad política.
Antecedentes históricos: Experiencias en América Latina muestran que la reelección indefinida suele derivar en regímenes autoritarios.
¿La reelección indefinida es una expresión genuina de la democracia o un paso hacia la concentración de poder?
¿Qué pierde un país cuando elimina los límites a la alternancia presidencial?
Mauricio Caussin
Miembro activo